FORMACION
EN TERAPIA FAMILIAR SISTEMICA
Juan Luis Linares
La
formación en terapia familiar sistémica debe ser contemplada
en el más amplio contexto de la formación en psicoterapia
y, desde esa perspectiva, definida de acuerdo con sus características
y peculiaridades.
Existe
un amplio consenso acerca de que la formación en psicoterapia debe
ser de postgrado, aunque no existe un acuerdo similar sobre las titulaciones
que pueden darle acceso. Frente a las posturas más restrictivas
que dominan en algunos modelos, los sistémicos tienden a aceptar
que se pueda acceder desde diversas profesiones, y no sólo desde
la medicina y la psicología, siempre que un sistema adecuado de
módulos formativos permita adquirir los conocimientos básicos
(por ejemplo, psicopatología) que, eventualmente, no se incluían
en el curriculum de acceso. En el campo de la terapia familiar europea
también existe un creciente consenso sobre la duración mínima
del proceso formativo: cuatro años, con un número de horas
que gira en torno a las trescientas por año.
La
piedra angular de un programa de formación en terapia familiar
es la práctica terapéutica con familias, por lo que la medida
de calidad más obvia vendrá dada por la actividad clínica
existente en el centro o institución que le sirva de sede. Sabemos
que el uso de espejo unidireccional y la videograbación son instrumentos
incorporados a la actividad terapéutica sistémica y, por
ende, a la formativa. Son la joya de la corona, la más importante
y revolucionaria aportación de la terapia familiar al patrimonio
técnico psicoterapéutico, hasta el punto de que resulta
inconcebible que siga habiendo modelos que se resistan a utilizarlos.
En consecuencia, cualquier programa serio de formación en terapia
familiar debe estructurarse sobre un núcleo práctico de
actividad clínica con supervisión directa. La observación
en grupo de estas sesiones debe empezar el primer año de formación,
de forma que los alumnos se familiaricen con ellas y puedan asumir responsabilidades
como terapeutas (siempre bajo supervisión directa) a partir del
segundo año. Las sesiones de terapia, precedidas de una presesión
en que el grupo y el supervisor ayudan al terapeuta (y, eventualmente,
al coterapeuta, si se trabaja en coterapia) y seguidas de una postsesión
en que se recapitula lo que acaba de suceder y se prepara la ulterior
estrategia, son un auténtico lujo, pero un lujo legítimo
que responde a una estricta necesidad: garantizar la máxima calidad
durante el proceso de aprendizaje. Ya vendrá después la
dura realidad a imponer restricciones en los contextos, públicos
o privados, en que los alumnos acaben desempeñándose como
profesionales.
También
debe existir un programa teórico, pero es importante que éste
no se disocie de la práctica. Por eso es bueno que el espacio teórico
se desarrolle inmediatamente después del clínico, dirigido
por el mismo docente que ha actuado como supervisor. Así es fácil
recurrir al material relacional que se acaba de trabajar para ilustrar
y dar cuerpo a los conceptos teóricos, a medida que se van introduciendo.
Por supuesto que un programa se enriquece con los aportes exogámicos
de ponentes especialistas en temas concretos, invitados para dictar seminarios,
talleres y conferencias. Pero esa actividad debe ser complementaria, y
nunca sustitutoria, de la que desarrollen los propios docentes de la escuela,
engarzando estrechamente teoría y práctica.
Tras
años de negar o relativizar su necesidad, la terapia familiar ha
acabado aceptando la importancia de una cierta formación centrada
en la persona del terapeuta. Así es como, últimamente, han
proliferado los talleres sobre el genograma o la familia de origen del
terapeuta. Con ser un progreso importante, creemos que la formación
vivencial-experiencial no debe limitarse a ello, sino que debe extenderse
durante todo el tiempo de formación, incluyendo el trabajo de las
habilidades comunicacionales, el desempeño del trabajo en grupo
y el manejo de los diferentes contextos relacionales actuales de cierta
relevancia.
También
es importante que exista un espacio dedicado al análisis organizacional
o institucional, donde el terapeuta en formación aprenda a moverse
en las procelosas aguas de lo que serán, o ya están siendo,
sus contextos laborales o de intervención. A veces, los alumnos,
conscientes de la calidad de la formación que están recibiendo,
y orgullosos de ella, pueden descuidar las estrategias relacionales necesarias
para aplicarla y optimizarla, y el espacio organizacional debe ayudarles
a adquirirlas. Por último, un buen programa de formación
en terapia familiar debe disponer de un espacio tutorial que personalice
la coordinación de todos los demás, brindando un marco integrador
para las dificultades que puedan suponerle al alumno sus propios eventos
vitales y las peculiaridades del proceso formativo.